Por Roberto Maier L.
¿Qué vale tanto como para estar dispuesto a dar la vida para conseguirlo?
Era la pregunta más frecuente de Marcos y aunque no se la planteaba
directamente lo hacía con cada acto. A veces de una forma madura y otras
veces de formas más bien estúpidas. El caso era que cada acción suya
llevaba implícita un signo de interrogación.
Marcos tenía una vida más o menos normal, con algunos vicios y
manías, pero nada fuera de lo normal. Fumaba un poco, bebía socialmente,
era un navegante habitual del Internet y procuraba nunca vestirse de
colores claros.
Su vida se desarrollaba básicamente en su trabajo y en su casa,
fuera de eso existían algunos lugares donde le gustaba pasar el tiempo,
pero prefería estar en lo que sentía como sus "dominios". Sin embargo
algunas veces se aventuraba como buscando algo que le hacía falta en
sitios extraños. Recordaba aquella vez que entro en un bar que le
quedaba de camino a su casa el cual siempre le había intrigado. El bar
parecía siempre estar parcialmente vacío con un par de automóviles en
la entrada; tenía una apariencia bastante simpática, con una pequeña
puertecita debajo de un letrero enorme que tenía el nombre del lugar:
"Bar Ciano". Estuvo en su interior un par de horas en las conoció al
cantinero que le contó la historia del bar y de dos de sus clientes
asiduos. El bar había sido ganado en una apuesta de un juego de póker
por su actual dueño, el cual lo utilizaba fundamentalmente como un
salón de fiestas privado para sus celebraciones y de los dos clientes
uno iba principalmente a cortejar una mesera aunque ella lo trataba
como su hermano y el otro cliente llevaba a sus conquistas buscando un
lugar discreto y barato (al menos eso le dijo el cantinero aunque
Marcos pensó que aquello de barato era falso al momento que pagó la
cuenta). Tenía la sensación de haber encontrado un lugar fascinante,
el cual podría considerar como su nueva guarida.
Otro día ofreció llevar a una compañera de trabajo a su casa.
Ella era la mujer que más le atraía a Marcos. Era de facciones algo
duras, alta para ser mujer y como alguien alguna vez la definió: ancha
de huesos. El nombre de la mujer era Celia. Sin embargo cuando Celia
invitó a pasar a Marcos a su departamento él inventó un compromiso para
retirarse pronto. De camino a casa estuvo imaginando como hubiera sido
invitar a Celia al "Bar Ciano". Sus relaciones sentimentales no habían
sido del todo desastrosas, pero pensaba que ya estaba harto de que le
dijeran cuando sus errores habían sido suficientes para que la relación
terminara. Lo que más recordaba de sus anteriores relaciones era aquel
sentimiento de necesidad y soledad, de nostalgia y aburrimiento. Quizá
por eso Marcos se había convertido en un solitario y quizá también por
eso le había gustado tanto el ambiente del "Bar Ciano".
Así transcurría la vida de Marcos, cuando le preguntaban que
cómo estaba usualmente contestaba que había días peores. Pero eso que
había tomado ya como un juego era básicamente su forma de vida. Sentía
que su vida se le escurría sin que él pudiera tener cierto control
sobre su destino. No es que no tuviera ambiciones del todo, sino que
todo en su vida había sido relativamente sencillo. Su familia no era
acaudalada pero tenían una posición cómoda. Fácilmente pudo asistir a
una buena universidad lo que prácticamente le aseguro un buen trabajo
en el cual no era muy complicado, no le disgustaba del todo y le
permitía vivir sólo de una manera cómoda. Sin embargo había veces que
eso no era suficiente, que necesitaba llenar su vida con algo más que
minutos y horas. Como buen miembro de su generación no era idealista,
tenía el sueño de una familia, un buen trabajo, un par de automóviles,
y vacaciones cada año, pero se había dado cuenta que no era tan fácil
y pensaba que todo llegaría solo con el tiempo.
Así estaba todo cuando un día Marcos despertó sintiéndose
bastante extraño, con una angustia muy especial, como si tuviera un
espacio vacío en su interior. Cuando salió del baño y se miró en el
espejo sobre el lavabo rompió a llorar. Una vez en su habitación se
sentó en la cama y busco con la vista ciertas cosas: un reloj en la
pared que le habían regalado, una fotografía de sus padres que se
encontraba sobre la televisión y un rosario que tenía colgado en la
pared. Habló a su oficina para avisar que no se presentaría a trabajar
por motivos personales. Era un empleado regular por lo que no hubo
problema alguno. Después de vestirse salió de su departamento sin
desayunar con una pequeña maleta vestido con un pantalón gris Oxford
y una camisa negra. Después de deambular un poco por la ciudad se
dirigió al aeropuerto.
Al llegar al mostrador más cercano a la entrada preguntó hacia
dónde se dirigía el próximo avión en salir. Casi 40 minutos después se
encontraba sentado en la sala de espera a punto de abordar un vuelo a
alguna playa. Durante el viaje le llamó la atención la sobrecargo que
lo atendía. Se preguntó cuál habría sido su vida hasta ese entonces y
porqué había decidido tomar ese trabajo. Quizá por viajar o por olvidar.
Tal vez por hacer algo con el tiempo que le sobraba en su vida o tal vez
por que no hubo otra opción mejor que tomar. La forma tan amable que tuvo
de tratarlo lo motivó a entablar conversación con ella, sin embargo no
se atrevió. Recorría la vista por sobre los rostros de todos los viajantes
sin encontrar nada con que identificarse, solo con la sobrecargo sentía
algo parecido a la compasión. Pero porqué, si ni siquiera sabía si le
disgustaba su trabajo. Pero solo a ella, podía sentir que la conocía, al
menos un poco. Durante el resto del viaje se dedicó a intentar descubrir
si alguien en el avión tendría una sensación parecida a la suya. Sus ojos
volvieron a aquella mujer.
Una vez en su destino, mientras esperaba un taxi en las afueras
del aeropuerto vio a aquella sobrecargo mientras salía de la terminal con
algunas compañeras. Abordaron un automóvil y se alejaron. Marcos se dio
cuenta de que le estaban ganando el tercer taxi. Después de estar esperando
quince minutos más y de arremangarse la camisa y desabrocharle otro botón,
por fin logró conseguir transporte a la ciudad. Le pidió al chofer que lo
llevará a algún sitio donde pudiera comer algo; para ese entonces eran las
tres de la tarde y no había comido nada en todo el día. Después de comer
algo en una pequeña cafetería, que bien podría haber estado a tres cuadras
de su casa, caminó un rato por el malecón. Decidió buscar un hotel para
alojarse ya que su maleta empezaba a molestarlo bastante, tenía como la
sensación de que lo ataba y aunque nunca hubiera decidido echarse a correr
por la playa o algo por el estilo en ese momento le molestaba estar cargando
algo que no necesitaba en ese instante. Escogió un pequeño hotel en el centro,
donde no había televisión y los cuartos no tenían cerradura, solo un candado
en la puerta. Era el único huésped nacional en un hotel que probablemente
estaba diseñado de una forma exótica para llamar la atención de los turistas,
sin embargo le pareció pintoresco y fuera de lo normal, y bueno, nada era muy
normal en ese viaje.
Después de recostarse un rato en silencio, pues no había nada en aquel
cuarto para distraerse (más que las paredes pintadas de distintos colores),
se levantó y tomo un baño. Por cierto, no había agua caliente, pero parece ser
que nada en ese hotel podría sorprenderlo. Al salir notó un grupo de turistas
italianos en un especie de kiosco en el centro del patio del hotel. De entre
ese grupo había una mujer que llamó poderosamente su atención por lo que le
lanzó una sonrisa. Marcos salió del hotel y caminó un rato por la plaza
preguntándose qué le estaba ocurriendo. Nunca había tenido un gesto atrevido
ni mucho menos. Sin embargo deseaba volverse a topar con la italiana del
hotel. Después de caminar se sentó en la terraza de un pequeño bar en una
esquina desde el cual se podía ver la plaza y el mar. Tomó más de cinco
tragos, pero no le supieron igual que los que había probado en el "Bar Ciano",
además de que el lugar era algo ruidoso y demasiado nativo para él. Pero al
pasar la vista por los clientes del bar todos tenían en el rostro la misma
vaciedad de los clientes del "Bar Ciano", solo que en ocasiones con una
sonrisa en la cara. La misma vaciedad que él tenía y no soportaba más. Se
imaginaba cómo se había acostumbrado a vivir con esa vaciedad y cómo de pronto
le era tan insoportable. Tan insoportable como la música que había en ese
lugar por lo que pago sus bebidas y salió de ahí.
Caminó un poco por la plaza y se paró frente al templo que ocupaba
la parte central de un lado de la plaza. Era un templo grande pero sencillo.
Pensó que no estaba tan bien con su Dios como para entrar a pedirle ayuda.
Creía, por lo que le habían enseñado sus padres y una señora que le enseñó
el catecismo, que Dios le ayudaría, pero no pudo rezar de una manera directa.
A fin de cuentas pensaba que con sus actos le estaba pidiendo ayuda a gritos.
Después se alejó lentamente, volteando la vista de vez en vez a aquella
construcción símbolo de un último y desesperado recurso.
Siguió un rato recorriendo la zona turística hasta que decidió entrar
a otro bar que había visto alguna vez que estuvo caminando. Aunque aquel lugar
no era tan pequeño, él sentía que ya lo había recorrido varias veces por
completo. El bar era más propició que el anterior, la música era mejor, el sitió
era más privado y había un poco más de euforia en los rostros de sus ocupantes.
Tomo una pequeña mesa antes de que el lugar estuviera completamente lleno. Tuvo
que comprar una botella y prometerle una buena propina al mesero para que no le
quitaran su mesa. Había algo de familiaridad en ese ambiente, sus largos años de
deambular por bares lo habían dejado bien preparado para situaciones así. Si
lo vieran sus viejos compañeros de juerga estarían muy orgullosos de él, tan
dueño de la situación. Después de un rato y cuando se empezaba a aburrir de
estar ahí sólo, por casualidad miró a la puerta en el instante en que el grupo
de italianos entraba al lugar y ahí dentro del grupo estaba la mujer que le
había llamado poderosamente la atención. Se acercó y los invitó a compartir
la mesa con él, después de todo si eran compañeros de hotel por que no serlo
de mesa, les explicó. El grupo estaba compuesto por cuatro hombres y tres
mujeres. Algo lo impulsó de una manera inusual a saber más de esa mujer. Después
de algunos tragos parecía que Marcos venía con aquel grupo, había aprendido
algunas frases en italiano y convivía fraternalmente con aquellos turistas. Ya
sabía que la mujer que le interesaba se llamaba Anna, que era de una región al
norte de Italia, que le gustaba esquiar y que trabajaba para una empresa textil.
Era una mujer con la que fácilmente podría pasar aquella noche, el día siguiente
y mucho tiempo más, pero por alguna extraña razón se preguntó cuánto tiempo podría
realmente pasar con ella antes de acostumbrarse a ella y que le terminara por
aburrir. No solía tener pensamientos tan profundos acerca de mujeres a las que
conocía tan poco, pero algo le tenía intranquilo. Cuando ella quiso ir al baño el se ofreció a acompañarla, más que por un gesto de caballerosidad era porque el también tenía que ir. Terminó antes que ella y decidió esperarla. Estaba observando un cartel en la entrada de los baños que tenía una playa y en la arena había una especie de tumba, con un letrero abajo que decía "...
un lugar como para pasar más de una vida". No entendía el cartel, no tenía
ni el más remoto deseo de morir ahí, no tenía deseos de morir en ningún lado y se preguntaba extrañado cómo a alguien se le podría ocurrir pensar en morir en cualquier lado. En eso estaba cuando una mujer lo golpeó sin intención y al voltear a verla descubrió que era la sobrecargo del avión. Apenas y pudo intercambiar un saludo. No tenía idea si ella lo había recordado, pero él la recordaba demasiado bien, sobre todo por esos ojos que reflejaban tan bien a los suyos.
Justo cuando aquella sobrecargo entró al sanitario, Anna salió y juntos se fueron de regreso a la mesa. La italiana lo distrajo un rato más, sin embargo, de vez en vez llevaba su mirada por aquel lugar buscando a la otra mujer. Una de esas veces la vio saliendo del lugar así que tomo su copa y se dirigió a la salida. En la puerta se entretuvo porque no le permitían salir con el vaso casi lleno a la calle, después de discutir con el encargado accedió a dejar el vaso y en cuanto salió a la calle no encontró a quien buscaba. Al regresar al bar justo antes de entrar sintió la necesidad de ir al baño. Vaya que detestaba esa situación así que rápidamente abordó un taxi que lo llevó a su pintoresco hotel. Después de aquella escala forzosa decidió recostarse un rato y se quedó dormido hasta el día siguiente.
A la mañana siguiente los italianos estaban tocando a su puerta. Él despertó y se dio cuenta de que no había regresado al bar ni siquiera a pagar la cuenta así que salió preparando una excusa y adecuando su cara a un gesto de pena. Sin embargo no hubo ninguna queja por parte de los italianos, incluso lo invitaban a un viaje de buceo con ellos. Nunca antes había buceado y no tenía ganas de aprender ahora y a pesar de que estaba en unas vacaciones en las que la regla implícita era hacer lo que quisiera únicamente, nunca supo como accedió a acompañarlos. Regresó y vistió con una camiseta y unas Bermudas negras. Anna había estado algo fría con él durante la mañana o quizá así era ella y la noche anterior había sido un poco más cálida por las copas; la verdad no tenía ganas de averiguarlo y se dedicó a permanecer recostado simplemente asintiendo a todas las preguntas que le hacía Piero, el más joven del grupo, al parecer acerca de su trabajo. Por alguna extraña razón pensó que aquel grupo encajaría bastante bien en el "Bar Ciano", que de hecho lo único que le faltaba al "Bar Ciano" era un pequeño grupo de extranjeros perdidos en su folklore. Al llegar al lugar donde se sumergirían el se puso nervioso al saber que él también participaría en la inmersión. Por su cabeza pasaron una gran cantidad de pensamientos, la gran mayoría de ellos estúpidos como el de que aquella era la forma que habían ideado los italianos para vengarse de él por haberlos dejado con la cuenta la noche anterior y una vez en el fondo no le permitirían subir o que quizá pertenecían a algún grupo de la mafia italiana y el buceo tenía el fin de contrabandear algún tipo de droga.
Inmediatamente después de sumergirse Marcos decidió apartarse un poco del grupo y nadar por su lado, para evitar alguna probable venganza o que observara algo que no se suponía que observara. Después de estar nadando junto a un banco de peces pequeños observó como estos se movían con una coordinación asombrosa. Se preguntaba si aquellos estúpidos peces tenían idea de adonde iban pues nadaban de frente y luego doblaban y luego volvían a dar vuelta para después de varios movimientos regresar al mismo lugar; después recordó a las personas en el subterráneo, en grandes grupos abordando o saliendo de los vagones cada día pasando de nuevo por el mismo lugar. Pensó que era una comparación idiota ya que los peces no venían ni regresaban de algún trabajo. También pensó en recomendarle al dueño del "Bar Ciano" que comprara una pecera enorme para colocarla detrás de la barra. Y ahí estaba inmerso en el mar y en sus pensamientos metafóricos cuando sintió que algo le jalaba la pierna izquierda. Tantas horas observando el "Discovery Channel" y sus programas de tiburones hicieron el efecto lógico. Por poco y pierde su visor debido al movimiento tan brusco que hizo. En ese breve instante trató de recordar si en alguno de esos programas habían hablado de alguna especie peligrosa que habitará en esas regiones del pacífico y también que estaba haciendo justamente lo contrario a lo que recomendaban los expertos. Cuando logró calmarse un poco vio que aquel feroz tiburón blanco era en realidad Anna y que con todo y su equipo de buceo se alcanzaba ver que estaba muy divertida con su reacción. Decidió que eran demasiadas aventuras submarinas para ese día y regresó a cubierta. Volvió a recostarse donde había pasado el viaje de ida y no se movió para nada. Alcanzó a oír unas risas en el otro extremo del barco y supuso que Anna estaría contando la divertida anécdota. Motivo de más para no abandonar su posición.
Al llegar al muelle Marcos se despidió rápido y abandonó solo el lugar. Tenía ganas de comer algo y se le ocurrió pasar a un pequeño restaurante cercano al hotel donde el día anterior había visto a una pareja comiendo una hamburguesa. Llevaba como media hora caminando cuando se dio cuenta que la idea de la hamburguesa era más bien absurda, que quizá el lugar no cumplía con normas higiénicas mínimas y que después de todo una costa nunca había sido famosa por sus hamburguesas. Así que tomó un taxi y le pidió al chofer que lo llevará a un buen restaurante de mariscos. Al llegar al restaurante escuchó que alguien gritaba su nombre, no tenía idea de quién podría ser. No sabía la razón pero no le extrañaba nada que el grupo que le llamaba era el mismo grupo con el que había pasado ya una buena parte de sus vacaciones: el grupo de italianos. Lo que si le sorprendió es que Anna se encontraba platicando bastante cómoda con el lanchero que los había llevado a bucear aquella mañana. Decidió acompañar su comida con unas cervezas, después de todo esa era la forma en la que se había sentido mejor con los italianos: con cierta confianza de tipo etílica. No podía evitarlo, pero al mirar a Anna con aquel lanchero, cada vez más entrados en confianza, los transportó al "Bar Ciano" donde él desde su sitió en la barra los observaba muy bien. Estaba en su fantasía cuando Sofía, otra italiana, llegó a conversar con él o más bien a sostener un monólogo porque Marcos le entendía muy poco. Mientras ella hablaba Marcos solo pensaba que Sofía bien pudiera ser la clase de mujer que él llevaría al "Bar Ciano".
Quizá fue por la presión atmosférica al nivel del mar, por el cansancio de haber estado buceando, por la alegría de los italianos, el monólogo de hora y media de Sofía, las doce cervezas que llevaba o por todo eso junto, que al salir del restaurante con un italiano colgando al lado, Marcos sentía varias cosas, pero sobre todo se sentía bastante mareado. Se dirigieron al hotel a cambiarse para salir a celebrar algo que no entendió a pesar de que su italiano había mejorado mucho en los últimos días. Aunque unas horas antes Marcos hubiera preferido ir a sentarse nuevamente un rato en la plaza y luego irse a dormir temprano, ya no podía fallarles a los italianos, ahora que eran casi sus hermanos. Fueron a un bar distinto que la noche anterior dónde el ambiente era demasiado festivo. Repartían sombreros de todos tipos en la entrada. Marcos consiguió que le tocara un tipo de sombrero un poco más serio, como de vaquero. Sin embargo al poco rato de entrar Fredo le cambió su sombrero viril por uno de los que se habían popularizado durante el mundial del '86, estilo Pique. Justo como uno que se encontraba colgado en una de las paredes del "Bar Ciano" junto a una bandera del Necaxa. Marcos llevaba ya hora y media sin tomar nada y con aquel sombrero sentía una frustración total.
Cuando por fin aquel grupo de extranjeros logró ponerse de acuerdo sobre que ordenar las cosas empezaron a mejorar lentamente. Anna que se había desecho del lanchero se había sentado a un lado de Marcos y al otro lado se encontraba Sofía, muy agradecida por el tiempo que le había dedicado en el restaurante. Estaba entre si perdonaba a Anna por haberlo cambiado por una curiosidad o si la castigaba dedicándole más tiempo a Sofía, entre los brindis y risas de los italianos decidió ir al baño para tomar la decisión en un lugar más tranquilo. Después de aquel recorrido tan tortuoso había decidido regresar a la mesa y tratar de conservar a ambas. Al llegar se dio cuenta que Anna y Sofía estaban bailando con dos personas que probablemente serían nativos de aquella tierra. Piero y la última italiana, que todavía no sabía su nombre, bailaban también así que tomo a Fredo del hombro y se dirigieron a donde estaba un grupo de mujeres bailando. Lograron conocer a algunas de ellas, pero al cabo de un rato Marcos regreso a la mesa donde ya no quedaba nadie. Piero regresó unos cuantos minutos después con un par de amigas nuevas. Así paso un rato entreteniéndose con el resto de la botella de ron que habían ordenado y viendo a aquella gente, mientras él estaba sentado con su estúpido sombrero sobre la cabeza. Era demasiado para él, decidió que al día siguiente tomaría el primer avión de regreso.
A la mañana siguiente Marcos liquido su cuenta del hotel, empacó rápidamente y tomo un taxi al aeropuerto. Después de comprar su boleto del avión que abordaría en cuarenta minutos se dirigió a la cafetería del aeropuerto a desayunar algo. Eran poco más de las diez de la mañana. Cuando se dirigía a la sala de abordar alcanzó a ver como aquella sobrecargo que había tenido fija en la cabeza esos días entraba a una sala de empleados. Automáticamente se dirigió hacia allá cuando sintió una mano que lo tomaba del brazo y escuchó un coro de gritos pronunciaba su nombre. Era el grupo de italianos que durante sus vacaciones le habían parecido interesantes, después simpáticos, después agresivos, después fraternales y ahora finalmente bastante imbéciles e inoportunos. No podía creerlo, pero los italianos tenían una mezcla de indignación, porque Marcos no se había despedido, y de tristeza, porque se iba. Después de disculparse inventándoles que él era muy malo para las despedidas y que se sentía igual de triste por dejarlos, los italianos abrazaron uno a uno a Marcos, exceptuando a Anna que no había ido a la terminal, sin embargo el abrazo de Sofía bien compensaba el de Anna. Les dejó sus datos y procedió a abordar su avión. Le habían asignado un lugar en la parte trasera del avión por lo que no alcanzaba a distinguir bien donde se encontraba su sobrecargo. Estuvo pensando como diez minutos en qué le diría y que tenía que invitarla. Pensó en platicarle de un bar muy pintoresco que le encantaría enseñarle, pero pensó después que abordarla invitándola al "Bar Ciano" estaba más allá del atrevimiento propio de esas vacaciones. Y ahí estaba Marcos esperando que apareciera ella inmóvil y ensayando las palabras que usaría. Y ahí estuvo por más de media hora esperando. Ya llevaban un buen rato de viaje cuando decidió a dar una vuelta por el avión; ya no tenía ánimos de esperar ahí como imbécil repitiendo frases estúpidas sin poderse decidir por alguna. Iría directamente a ella y le diría lo primero que le cruzara por la cabeza. Sin embargo, después de recorrer el avión por completo y de buscar en las caras de todos los tripulantes la cara que le interesaba sin encontrarla, regresó a su lugar y permaneció muy quieto todo el resto del viaje recordando la expresión deformada de los italianos cuando inoportunamente lo detuvieron para despedirse cuando el estaba de camino a aquella mujer. Definitivamente tendría que ir directo al "Bar Ciano" en cuanto llegara a la ciudad.
Al llegar a su destino recogió su auto del estacionamiento y se dirigió a su casa. Al pasar frente al "Bar Ciano" alcanzó a ver que en las puertas había unos sellos enormes con la leyenda de Clausurado. Al llegar a su departamento hizo algunas llamadas para enterarse de las novedades en su trabajo durante su ausencia, cenó algo ligero y se metió a la cama.
Al día siguiente le sorprendió la noticia de que Celia había regresado con su antiguo novio después de que este le había propuesto matrimonio. También se entero de que se había abierto una plaza en una oficina de la empresa en Sudamérica. Siempre le había fascinado la idea de vivir en el sur del continente por lo que tomó la determinación de pedirle a su jefe que lo recomendara para aquella posición.
A cinco meses de aquel viaje Marcos se encontraba tomando un café en un local de alguna plaza de Bogotá. En eso escuchó una voz familiar que gritaba su nombre. Por increíble que le pareciera aquella voz era de Anna, la italiana de aquellas vacaciones, que ahora se encontraba también en Colombia trabajando en las nuevas oficinas de la empresa textil.
Marcos estuvo saliendo por poco más de año y medio con Anna hasta que decidió dejarla. Un año después se casó con una sobrecargo colombiana que había conocido en un viaje.
El "Bar Ciano" nunca volvió a abrir y en su lugar se encuentra hasta ahora un jardín de niños llamado "El Peque Ñoño".
29/Julio/1999